Por Jesús Romero del Hombre Bueno (España) – Director de servicios al cliente en la agencia Grow Comunicaciones
De la misma manera que Santa Teresa, vivimos en un constante “vivir sin vivir y morir de no morir”. Un tránsito larguito que caminamos la gran mayoría de las agencias. De esa misma obra de la Santa son los versos “porque muriendo el vivir, aseguro mi esperanza” y no creo que nadie pueda decirlo de manera más breve y más poética.
Vivimos en una constante lucha entre lo que hacemos y lo que nos gustaría llegar a hacer. Cada vez soy más consciente de que esto es así. Da igual si eres multinacional o independiente, digital, de eventos, integrado o medio pensionista. Da igual que seas planner, creativo, cuentas o el mismísimo presidente mundial de la agencia. Bueno, en este último caso, no.
La mística publicista es así, lleva consigo tratar cada pequeña oportunidad como si fuese la oportunidad de hacer algo de lo que todo el mundo hable. Sin embargo, las semanas se hacen cortas, cargadas de freelos cuyo resultado sabemos que no tendrá el lustre suficiente como para ponerlo en nuestros currículos.
Sabemos de sobra que muchas de las campañas que hacemos cada día en nuestras agencias acabarán gustándonos poco, es más, diría algo peor: que no acabarán gustándonos ni mucho, ni poco. Y digo que acabarán, porque cuando se pensaron y se presentaron nos apasionaron, nos divirtieron, nos emocionaron y nos esperanzaron tanto a la agencia como al cliente y volvimos a ser como la esperanzada Santa Teresa.
Podemos echarnos la culpa unos a otros: agencias a clientes, clientes a agencias, agencias a los malos briefs, clientes a sus bajos presupuestos, incluso podemos echarnos la culpa a nosotros mismos, como prefiráis, porque el resultado sigue siendo el mismo.
Curiosamente formamos un sector tremendamente pagado de sí mismo que a la primera de cambio airea sus barbas bien esculpidas y sus americanas dos tallas menos por foros, encuentros y todo el panorama festivalero, seguramente esperando que las entrevistas de los medios y los premios suplan esta falta de cariño y autoestima que nos generan las cosas del día a día. Y es que el animal publicitario es tremendamente obstinado.
Esto con la edad tiende a atenuarse, como todo, pero no se pasa porque también es una característica de la mística publicista. Nos apasionamos con cada proyecto que entra a la agencia una y otra vez y nos dejamos la piel, el dinero y las neuronas, aun sabiendo que muchas veces acabaremos haciendo una especie de gallifante, fruto de evoluciones y mutaciones imposibles. La verdad, pienso que de alguna manera nos da igual y eso me sigue apasionando.
Tengo la sensación de que, en gran medida, trabajamos más para nosotros mismos y nuestras ganas de hacer cosas buenas, que por la buena evolución y crecimiento de nuestra agencia o por el propio cliente.
Pensar en grande es algo que hacemos cada día con casi todo lo que cae en nuestras manos, aunque casi todo tenga recorrido y presupuestos pequeños. De inicio, esto no es bueno. Eso ya lo dicen los cuentas en la primera reunión pero da igual. “Nosotros presentamos esto, les enamoramos y luego ya el cliente que nos lo baje”. ¿Alguien ha escuchado alguna vez esta frase? Y acabamos abanderando en grupo este planteamiento sabiendo a ciencia cierta que acabaremos diciendo esta otra: “Ya dijimos que la idea era buena pero les iba a parecer grande”.
Hay una mezcla de ingenuidad, orgullo y quijotismo que nos hace seguir siendo como somos: auténticos místicos publicistas.