Entes reguladores de Bruselas a Pekín tratan de frenar el uso de la información personal y en estas últimas semanas muchos usuarios de Facebook han revisado sus configuraciones de privacidad como reacción ante el escándalo de Cambridge Analytica.
Alice Liogier, una estudiante universitaria parisina de 23 años investiga el uso comercial de la información personal en la era de big data (datos masivos) y ha llegado a una conclusión polémica: si los individuos quieren verdaderamente ser dueños de sus datos, deberían estar autorizados a venderlos.
Liogier sostiene, empero, que los emprendedores, funcionarios y ejecutivos que quieran entender la próxima fase de la era de big data necesitan ir más allá. Esto no tiene que ver con la privacidad, dice, sino con la propiedad y el control.
“El debate se centra en este momento en la protección de los datos y la privacidad es donde se han materializado los miedos”, dice Liogier. “Pero la venta y la propiedad de los datos es el gran tema que viene y probablemente el más importante”.
Los consumidores del mundo entero están tomando conciencia de que los imperios online de Facebook y Google están construidos sobre datos que ellos cedieron sin ninguna compensación monetaria. El siguiente paso será pensar alternativas, sostiene Liogier.
Revolución de big data
La verdadera propiedad de los datos implicará tener toda la información personal, desde las ideas políticas hasta las preferencias en tratamientos para la piel y los registros médicos en un lugar para poder decidir quién podrá acceder a ella y en qué condiciones. Esto significaría venderla, conceder un uso limitado a cambio de un servicio (como Facebook) o simplemente mantenerla en privado. La cuestión es tener el control.
Como parte de esta tendencia, Facebook analiza en este momento la posibilidad de ofrecer una versión sin publicidad de su servicio a los clientes que estén dispuestos a pagar.
No se trata solamente de controlar los horribles avisos publicitarios. La capacidad de procesar grandes cantidades de datos personales promete cambiar nuestras relaciones, nuestros gobiernos y hasta nuestros cuerpos, ni hablar, obviamente, de nuestros hábitos de compra.
Netflix ya está usando datos de clientes para definir series de TV y los autos inteligentes podrían pronto alertar a los operadores de carreteras sobre baches en la ruta o activar diferentes publicidades en carteles para los conductores que escuchan música country o hip hop.
Lidiar con ese nuevo poder constituye un desafío tanto a nivel cultural como normativo. Una generación más joven de consumidores y una cohorte más vieja de funcionarios ya luchan con esto. Los entes reguladores de Europa podrían definir el enfoque de los gigantes tecnológicos estadounidenses del mismo modo que los emprendedores europeos pueden tomar las tendencias estadounidenses.
La amenaza que pesa sobre ambos es el mercado chino de 1,400 millones de individuos cada vez más conocedores de internet. Por ahora están cercados por restricciones gubernamentales, pero constituyen la máxima fuente de datos masivos para las empresas.